¿Caminamos?

¿Caminamos?

Unas campanas suenan y llenan todo el espacio con la suave melodía de un domingo cualquiera. Pétalos blancos adornan el escarlata del camino, y el tibio sol matutino traspasa las verdes hojas de los árboles cercanos. Una pequeña multitud habita en la calmada prisa de aquel que espera la corta  palabra que puede crear eternidades.

En el resonar se cuela el silbido de las aves y la brisa acentúa la vida que destila en aquel lugar. El blanco y negro resalta en los vestidos. El camino, como todos, espera a que llegues tú. No habrá luz en el espacio que logre resplandecer más. El mundo se detendrá cuando te vea llegar.

Todos de pie, dirá alguien, para recibir a la novia. Ahí estarás, como siempre, pero más hermosa que nunca con la mirada profunda en la que cabe el universo. A tu mano adornará un jardín de rosas blancas que no querrá despegarse de tu profusa belleza. Sé muy bien que todas ellas querrán parecerse a ti.

Caminarás por allí hacia tu esperado destino, mientras tu largo vestido acaricia sobre la alfombra a unos pétalos que suspiran cuando te ven pasar. Tu sueño estará al final, esperando en el altar mientras el mar se anidará en el marco de sus ojos. En su mirada estarás tú y unas lágrimas que brotan de la más profunda quimera que se hace una realidad.

Felicidad provocada porque llegaste a su lado. Te tomará de la mano y te mirará a los ojos mientras todos son testigos de una historia que comienza. Serás su final feliz y él de ti el matiz que se torna en compañía, y en amor, y en la risa de las fechas por venir. Sellarán con un “sí” los días de eternidad, y un tierno beso pondrá en tus labios la sonrisa que hace creer que la prisa no existirá jamás.  Y cuando ya no quede más, te preguntará: ¿Caminamos? Y entrelazando sus dedos, dirás sí… hasta el final.