El Conductor...

El Conductor...
En los primeros días de mi adolescencia me acostumbré a escuchar los buenos días del señor Carlos, el conductor del autobús que nos llevaba al colegio. Por alguna razón, él al esbozar su sonrisa dejaba claro que ofrecía a cada uno de nosotros algo más que un viaje de ida y vuelta hacia nuestro destino. Se notaba, por su trato, que disfrutaba su trabajo, o al menos eso era lo que reflejaba.
 
Por cortesía, yo, al igual que los demás, me limitaba a responderle el saludo y caminaba hacia mi asiento mientras chocaba de manos con mis compañeros para al final acomodarme y mirar por la ventana cómo pasaban las líneas blancas durante aquel recorrido que terminaba con la frase “pasen buen día chicos”. Frase que venía del dueño de los buenos días y que él acompañaba con varias líneas de alegría marcadas en su rostro, siempre con la misma actitud. Gracias señor Carlos, le respondía a sus palabras, como siempre, mientras miraba la puerta del bus cerrarse a mi salida.
 
Era un tanto inquietante para mí el hecho de que el señor Carlos nos veía crecer y pasar de curso. Nosotros lo veíamos en el mismo sitio. Me  preguntaba qué se sentiría recorrer la misma ruta y trasladar prácticamente a las mismas personas por varios años, todos los días. Así que siempre quise saber por qué alguien elegiría ese trabajo y decidí preguntarle.
 
Al responderme, por un momento suspiró, me miró con ojos de que ninguno de los demás le había hecho la pregunta. No fue algo que elegí en mis primeros años, expresó con su voz un poco ronca, y me contó cómo llegó a ser conductor de autobús. Me dijo que tenía muchos sueños y que cada vez que veía a uno de nosotros recordaba los días en que, como todo niño de su época fantaseaba con conocer el mundo y viajar al espacio. Pero ya ves, no siempre logras tener contigo todo lo que deseas, me dijo; y otras veces no encuentras el valor suficiente para perseguirlo hasta alcanzarlo, esbozó al bajar su mirada como diciéndome que lea entre líneas. Muchas veces terminas en lugares no planeados, por más que planees; otras veces el ambiente te acomoda y olvidas que tienes planes, señaló para cerrar.
Recuerdo que extendí mi mano para saludarle y despedirme, y pude entender un poco de su historia, al menos eso creí en ese instante. Pero hoy, hoy más que nunca entiendo, pues al abrir la puerta para recibir caras frescas de vidas que comienzan a soñar,  esos “buenos días”, al igual que la ruta de siempre hacia el mismo colegio, me pertenecen a mí.