Luz Roja

Luz Roja
Photo by Karsten Winegeart / Unsplash

Volante en mano, en la misma intersección de todos los días, con un espejo retrovisor que me deja mirar atrás como si del pasado inmediato se tratase, unas luces rojas anuncian que es momento de detenerse mientras el reloj en mi muñeca derecha me comenta que como ayer, voy a llegar tarde a mi lugar de trabajo.  Allí, suspendido por un instante observo a lo lejos a alguien que viene moviendo su cabeza al compás de lo que al parecer suena en sus largos audífonos, mientras sus pasos hacen uso de la combinación para componer la más improvisada coreografía que sin dudas muestra su alegría matutina.

Detenida por la misma luz, al igual que yo y cada uno de los que van y vienen desde y hacia mi dirección, ella espera allí el que la luz le conceda el permiso de avanzar, moviendo sus pies, mostrándose  apresurada y con ganas de cruzar al otro lado; su mochila un tanto abultada deja ver que tiene algo pesado que llevar consigo hacia su destino.

En un instante, la luz que prohibía su paso dejó de ser, y ella, al notar que mis direccionales le decían que yo tomaría su mismo camino, para ganarme el paso, corrió con prisa dejando caer al piso desde su equipaje una manzana que, según creo, sería parte de su merienda. Se lamentó, volteó para mirarla en el suelo, pero al percatarse de que los vehículos se aproximaban prefirió poner sus pies en un lugar seguro al otro lado de la calle.

Mientras yo sonreía por la escena, alguien que venía detrás de ella, corrió, tomó la manzana y poniéndose frente a ella, le dijo, con una amplia sonrisa y moviendo la fruta en su mano, creo que esto te pertenece. Ella, despejando el audífono de su oído izquierdo le respondió, eso creo. Ambos rieron y siguieron la tertulia juntos en el camino mientras yo avanzaba hacia mi destino pensando en cómo una simple luz roja sumada a unos cuantos segundos de cualquier mañana podrían crear una historia. Y sé que es una historia porque al día siguiente, en la misma intersección, ambos estaban, esta vez sin audífonos que interfieran, siendo dueños de unas sonrisas y unos gestos  que nacían de lo que parecía ser una buena conversación.