Sábados

Sábados
Photo by Marina Vitale / Unsplash

Se rompió la madrugada con los primeros rayos del sol y por la claridad, sin siquiera pensar en la hora, él abre sus ojos. Aún con la vista empañada, pero con ganas de despertar por completo, coloca ambas manos detrás de su cabeza y se dispone a mirar el techo mientras movía sus pies. Ahí estaba, en el difícil debate de pararse de la cama o seguir acostado. Era sábado, no tenía planes, ni trabajo ni nada. Sin embargo, se dijo que tenía ganas de hacer algo diferente, como levantarse temprano, por ejemplo, o tal vez salir a caminar o ir a parque o leer. En fin, buscaba obviar la rutina de sus fines de semana. Para ver la hora, tomó el celular de la mesa pequeña al lado de su cama, el mismo que le servía de alarma y de todo, vio que era más temprano de lo que creía, 6:15. Pensó que con razón sentía que su habitual alarma sabatina de las 10 no había cantado aún su acostumbrado coro. Es muy temprano, me quedo 5 minutos más y me levanto, dijo para sí. De inmediato pensó, si me quedo 5 minutos más serán un par de horas y quiero levantarme. Miró por la ventana desde su cama y vio que el sol parecía salir de atrás de un edificio como si antes estuviera escondido, por los colores, parecía un lazo de esos que les ponen a las niñas en el pelo. No veo esto todos los días, se dijo.

Despreció los 5 minutos que, según él, pudieron haberse convertido en un par de horas. Se sentó al borde de la cama sintiéndose aún medio torpe, bostezando y rascando su cabeza. Sé valiente, no hay pereza que una buena ducha no te quite, sobre todo con lo fría que es el agua aquí, se motivaba a sí mismo. Decidido, tomó su toalla blanca, se la tiró sobre su hombro derecho, se dirigió al baño y al entrar se miró al espejo, sonrió y puso ambas manos sobre sus mejillas. No luces tan mal para ser de mañana, se dijo. Luego de unas cuantas muecas, un par flexiones y el aseo mañanero que incluye su ducha fría, salió del baño, entró al cuarto y buscó en su ropero algo que combinara con su humor, pues así le gustaba. Se ponía su ropa mientras pensaba qué iba a hacer con todo el tiempo que tenía, una mañana que recién comenzaba, energía y ganas de caminar. No pensó por mucho tiempo. Es un día distinto, así que, no haré planes, dejaré que las cosas pasen, se dijo. Terminó de vestirse, caminó por el pasillo, tomó las llaves que solía dejar en la repisa al lado de la puerta, las entró en su bolsillo derecho, cerró la puerta y caminó. Llevaba uno Toms de rayas oscuras, unos kakis y una camisa azul claro con las mangas recogidas por encima de sus muñecas, también llevaba unos lentes oscuros y una expresión extraña que desde lejos dejaba ver su humor.

Eran las 7:18 de la mañana y él ya estaba en medio de la acera tarareando su canción del día mientras se dirigía a un café que se encontraba a un par de cuadras de donde vivía. Sabía que el café estaba abierto a esa hora aunque no era su tanda favorita para visitarlo. Era un lugar diferente, por eso le gustaba, parecía unos de esos sitios que te hacen creer que estás en Francia o Italia, o algo así, con una decoración inusual, pero a la vez acogedora, ni muy grande ni muy pequeño. La gente que acostumbraba a visitarlo solía acompañarse de un libro, una pareja o un grupo de amigos. Para él era un buen espacio para pasar el rato.

Llegó al lugar, había mucha gente y muchas conversaciones que causaban un bullicio un tanto ordenado. No le sorprendía, pues sabía que era un lugar muy concurrido. Saludó como pudo y pidió un chocolate caliente, pues no tomaba café, pero decía que en ese lugar se hacía el mejor chocolate que había probado. Lo acompañó con unos panecillos de mantequilla, se sentó y tomó uno de esos periódicos de la mañana que los empleados del café solían dejar sobre las mesas. Aunque ojos abajo y distraído con su lectura, sus panecillos, el bullicio, la gente y el chocolate, aún pensaba en lo extraño que era para él el estar tan temprano fuera de la cama, con tantas energías y buen humor y en especial tratándose de un sábado.

Me gusta esto, me siento bien, al fin algo diferente, pensaba mientras leía y tomaba un poco del chocolate. El panorama cambió cuando el viento lo invitó a subir la mirada al golpear su olfato con un perfume cargado de delicadeza que sin lugar dudas captó su atención. Mientras subía sus ojos, notaba cómo un vestido negro que daba a unos pocos centímetros por encima de las rodillas de quien lo vestía, y que estaba adornado con un lazo pequeño en la zona de la cintura, atravesaba la puerta de forma sigilosa. Era la chica de quien emanaba el perfume.

In-creíble, pensó al verla. Así con todo y guion. No pudo quitar la vista de aquel vestido o de quien lo llevaba, mejor dicho; más bien miró fijamente y notó una piel de trigo, unos ojos grandes de color verde como ese que suele aparecer a la orilla de los arrecifes quietos y lejanos. Admiró su pelo un tanto rizado que daba un poco debajo de sus hombros y que era oscuro cual azabache, a todo, le sumaba una amplia y alegre sonrisa que, según pensó, podía dar luz a todo el espacio. Sintió como que el tiempo se detuvo, y aquél sitio, lleno de gente parecía vacío, no había lugar para nadie más que ella. Se olvidó del chocolate, de los panecillos, del periódico y del murmullo. No recordó la última vez que su corazón latió tan fuerte; sus pupilas se agrandaron y sus labios casi temblaban. Se quedó estático, mudo. Lo que no pudo perder fue su vista, pues sus ojos no podían parar de ver lo que tenían delante de ellos; ni su olfato, pues aún su olor se adueñaba de todo el sitio, al menos así era como él lo percibía. Parpadeó y aún enajenado por el momento, bajó su taza de chocolate lentamente, como queriendo salir del éxtasis en el que se encontraba y volver a la realidad. No sabía qué hacer pues, iniciar conversaciones no era su mejor habilidad. Así que esperó calmarse y su instinto, aún con él cargado de nervios y ansiedad, solo le repetía que tenía que acercarse, decirle algo. Entre la duda, el titubeo, la incertidumbre, las ganas y la inseguridad, intentó recordar unas cuantas lecturas o frases que le llenaran de valor. No pudo conseguir ninguna, más bien sólo podía concentrarse en ella, en su belleza, su rostro, su sonrisa, su esplendor. Respiró profundo, levantó la vista y apoyando ambas manos sobre la mesa como queriendo incorporarse, esbozó para sí con aire de decidido: voy a hablarle.