Hasta hoy

Hasta hoy

Allí estaba ella. En medio de carcajadas ajenas, callada. Examinaba el cielo como contando estrellas. Movía su cabeza al suave ritmo que adornaba el ambiente. Mordía sus labios por cuestión de costumbre. Disfrutaba de la noche, como yo, al verla.

Sonreía de vez en cuando como para camuflar la soledad que, a pesar de la multitud, se sentía en su espacio. Aunque lo disimulaba, dejaba ver que no pertenecía a aquel lugar. Que era una extranjera en medio de tantas caras conocidas.

Del otro lado, yo, lo noto. Y por beneficios no pagados al destino nuestras miradas coinciden. Su sonrisa, casi instantánea, hizo juego con la mía. Miré a los lados, encogí mis hombros y subí mis manos como preguntando desde lejos por qué todos parecían divertirse. Ella lo entendió. Reímos.

Entonces yo, como siempre, en estos casos, comienzo a pensar en imposibilidades. ¿Será un momento que comienza o uno que termina? Pues yo, como ella, estaba en la misma situación. Al parecer ambos, en aquel momento, pertenecíamos al mismo planeta. Solos en medio de todos.

No sabía si acercarme o prepararme para levantarme, dar la vuelta y no verla más. A ver si encuentro, en mis adentros, el valor que perdí una vez. ¿Me acerco? ¿Tú que crees?

No sé, me dije a mí mismo. Pero comencé a pensar en lo bueno que podía pasar. ¿Qué tal si todo pasa y quedamos solos en este espacio?

Mientras el viento, como niño, tomaba su pelo de juguete, yo lo apreciaba al moverse y mientras la veía de nuevo me hice un poco más fuerte.

Así que mis pasos fueron los testigos de lo que puede ser capaz un cobarde vestido de valiente. Me dirigí a su lugar, extendí mi mano y sonreí. Ella me miró como sorprendida, pero por cuestiones de la vida, esta vez, mi labios no fallaron. ¿Bailamos? Dijeron.

Y ella, de inmediato movió la cabeza a los lados como diciendo que no. Luego me miró, sonrió, y tomó mi mamo, y bailamos.

Sí, bailamos. Y quedamos ella y yo solos en el espacio. Era como si el universo se habría detenido para vernos desplazar mientras nuestras miradas decían ¡qué bueno que estás aquí!.

No pude evitar sonreír al verme reflejado en su alegría. No prometimos nada, solo fuimos. El futuro era el presente y el pasado una hoja en blanco que a partir de ese encuentro pretendía escribirse. Y con esto nuestra historia comenzó a existir.

¿Qué más te cuento? Si solo bailamos. No nos despegamos. Desde ese momento, y hasta el día hoy, bailamos.