Alados...
El estruendo resonante de un rayo causó que ella abriera sus ojos y se levantara de la cama súbitamente. Una extraña sensación le hizo tocar su espalda. Sorprendida, giró su rostro, y se dio cuenta de que tenía alas. Se asustó. Salió corriendo de la habitación y vio que nadie más en su casa las tenía. Más bien, pudo notar que su madre, padre y hermanos estaban desesperados en la sala. Como diciendo que algo malo sucedía.
Abrió la puerta y pudo ver el caos que azotaba todo el lugar. Un nuevo estruendo le hacía poner ambas manos en sus oídos, mientras veía a los altos edificios derrumbarse y hacerse pedazos en el suelo. Las personas corrían despavoridas pidiendo ayuda. Buscando donde esconderse. Los escombros cubrían toda la ciudad. El fuego, las lágrimas y los quejidos se escuchaban por todos lados. Ella, no creía lo que veían sus ojos. Era como si el mundo hubiera llegado a su fin.
A lo lejos, percibió a otro grupo de personas que se dirigía hacia las nubes. Cada uno también con alas. Ella, volvió a tocar las suyas y mientras las tocaba, despacio y con tristeza, puso la mirada en su familia. Se preguntó por qué tenía alas y ellos no. Y por qué las otras personas alzaban también el vuelo en medio del caos que imperaba.
Se percató de que alguien dirigía a todos los que volaban. Una especie de líder más alto y más fuerte que todos. Éste, les guiaba y les señalaba el lugar en donde estarían a salvo de la destrucción. Decía a todos los alados: ¡vengan conmigo hacia donde voy! Él, se acercó a ella y le dijo, sígueme. Ella, sin saber qué hacer, le respondió: ¡No me voy sin mi familia! Pero ellos no tenían alas.
Por eso, en su desesperación, intentó formar una cadena con ellos y les gritaba: ¡Sujétense fuerte! Les tomó de las manos y extendió sus alas. Batiéndolas con ímpetu se elevó del suelo e intentó levantarles, pero fue en vano. Sus fuerzas no eran suficientes para llevarles a las nubes donde estarían a salvo del inminente cataclismo. No podía volar con ellos.
El líder, al ver su gran esfuerzo, le dijo: No puedes llevarles. Es absurdo que continúes intentando. La única que puede venir conmigo eres tú.
Ella, al ver a los demás dirigirse hacia las nubes, alzó sus ojos y se percató de que se encontraba dentro de una cúpula. Todos estaban atrapados dentro de ella y los que tenían alas eran los únicos que lograban salir, ya que la parte superior estaba abierta. Todos los que volaban agitaban sus alas alejándose del caos. Dejaban atrás las ruinas polvorientas de la ciudad. Todo estaba desmoronado. Los gritos eran insistentes. Las personas corrían hasta quedarse sin fuerzas.
Al ver a su familia fundida en un abrazo de desesperanza, ella, se resistió a volar, pero el líder volvió a decir: si quieres vivir, debes venir conmigo, no hay otra opción. Con tristeza e impotencia, abrió sus alas. Se levantó del suelo y se dirigió al cielo detrás de aquel que les guiaba. No perdía la esperanza de que, una vez en el tope de la cúpula, ella pueda llevarse a todos consigo.
Se detuvo en el aire por un momento moviendo sus alas. Fue como si el caos y el tiempo, por ese instante, también se hubieran detenido. Vio a los que tenían alas volar detrás del líder. Él les guiaba y todos ellos disfrutaban del viento que rozaba sus caras, batían sus alas al unísono. Libres, daban vueltas en el aire con dirección hacia las nubes. Era una escena fascinante, pensó. No lo podía creer. Salió del éxtasis en que se encontraba y continuó el vuelo junto a los demás.
Llegó al borde de la cúpula y, aunque estaba acompañada, para ella, en ese instante, solo existían sus alas. Y ahí estaba, en el borde de una cúpula transparente que cubría todo el planeta. Sentada, con sus manos apoyadas en el borde. Inclinaba su vista hacia el frente y, una vez más, ponía sus ojos en el caos. Todo estaba siendo destruido, mientras los que podían volar llegaban también al tope y, al igual que ella, se sentaban a contemplar lo que ocurría en el fondo.
Su familia continuaba unida, como esperando lo peor. Ella, se dirigió al líder y, con tristeza en su voz y lágrimas en sus ojos, le dijo: oye, ya no necesito mis alas. Ya estoy aquí arriba ¿Se las puedo prestar a ellos para que también puedan subir? ¡No!, él respondió. Y para ella, esa respuesta fue un estruendo más en sus oídos. Ya ellos tuvieron su oportunidad, le dijo. Ya no pueden subir. Esas alas son tuyas y no se las puedes dar. Además, aquí no termina nuestro viaje, adonde vamos, las vas a necesitar.
En ese instante le invadió la tristeza y comprendió que jamás los volvería a ver. Entendió que ella ya no podía hacer nada. Su única opción era extender su vuelo lejos de la cúpula en que se encontraba. Se decidió, y como los demás alados, atravesó las nubes hacia su destino, todos detrás del líder.
Al llegar al lugar, él extendió su mano izquierda para que ella le alcanzara. Caminó despacio mostrándose como padre protector. Le dijo que quería presentarle a alguien más. El largo pasillo por el que se desplazaban conducía hacia una puerta cuyo contorno estaba rodeado de una abundante luz que resplandecía insistentemente. Cada espacio de su borde era un destello de luz.
El líder, puso su mano derecha lentamente sobre el mango de la puerta. Para ella, ocurrían los segundos más largos de su existencia. Su corazón latía fuerte. Su mirada era expectante. Él, abriendo la puerta, la miró a los ojos, y sus rostros y sus alas brillaban como diamantes. Ella, sin miedo alguno, al ver por primera vez el lugar del cual emanaba la insistente luz, sonrió.