Ángel Seductor...
Ella pisa el suelo como si del cielo se tratase, y lo hace suyo con cada paso que da. Su rostro, un lienzo celestial, despierta en mí una fascinación indescriptible. Sus ojos, como dos luces brillantes, reflejan universos desconocidos que invitan a perderse en ellos. Cada vez que los veo, me sumerjo en un océano alterado por el vaivén de las emociones.
Su pelo, como el fuego del atardecer, danza al compás del viento, imponiendo siempre su propia melodía. Me pierdo entre sus hebras, deseando ser el susurro que acaricia su cuello. Es un enigma, una invitación a adentrarse en lo desconocido, a descubrir nuevos horizontes en cada hebra que se desliza por su espalda y sus hombros.
Su sonrisa, radiante como un amanecer en plenitud, ilumina mi existir con su encanto inigualable. Es un bálsamo para el alma, una caricia que sana heridas invisibles. Cuando sus labios se curvan en aquel gesto sublime, el mundo se vuelve un lugar más amable y las preocupaciones se desvanecen como humo en el aire.
Pero, es en su mirada donde convergen lo angelical y lo seductor. Sus ojos, como ventanas al infinito, reflejan la chispa de la aventura y la pasión que arde en su interior. En cada destello encuentro la llama de sus sueños, el anhelo de pisar tierras extranjeras y llevar consigo la magia de su singularidad.
Ella es única, como una flor rara y exquisita que florece en un jardín abandonado. Sin planear, sin buscarla, la encontré como quien descubre un tesoro en medio del caos. Es como la lluvia de mayo, capaz de apagar hasta el más feroz de los siniestros y vestir los días grises con su vitalidad y su coraje. Su existencia es una bendición, una buena noticia de esas que llegan cuando pierdes la esperanza.
Ángel seductor, así es ella. Un ser celestial que ha hecho surgir en mí la chispa de los versos y la valentía de soñar como sueñan los grandes. Su belleza, su espíritu intrépido y su singularidad me envuelven en un halo de admiración y deseo. Y es su sentido de aventura lo que me hace querer tomar su mano, mirarla fijamente e invitarla a descubrir, juntos, cada rincón del planeta. Quisiera encontrarme con ella, y encontrarme a mí mismo, entregando mi corazón sin reservas a la intensidad de su ser.
Cierro mis ojos, y ella es todo lo que veo. En cada parpadeo, su imagen se graba en lo más profundo de mi ser, y susurra promesas de un encuentro eterno. Me imagino cómo el mundo se detiene al verla ser feliz, cómo las estrellas se alinean para danzar a su alrededor y sus suspiros se convierten en muestras de admiración. Morir por asir sus manos no me es suficiente, mi deseo trasciende los límites del pensamiento mismo. Ella, el sueño del que no quiero despertar, el largo camino hacia una historia interminable.