Cómo se olvida a quien nunca fue
¿Cómo se mata un deseo que no pidió permiso para nacer? ¿Cómo se entierra un amor que no vivió, pero dejó cicatrices que duelen al tacto?
Llevo tiempo queriendo dejar de quererte. No amarte. No pensarte. No imaginar tu risa llenando mi sala vacía, ni tus manos en mi cuello cuando los días pesan y no hay abrazo que los alivie. Quiero dejar de sentir esto que me duele y me alimenta al mismo tiempo, porque ya no sé si es amor o costumbre, si es nostalgia o simple terquedad del corazón.
Intento convencerme de que no existes más allá de mi cabeza, que eres solo un espejismo que creé para llenar las horas vacías. Que eres una mala costumbre, un hábito que mi corazón desarrolló sin mi permiso. Pero mi pecho insiste en latir tu nombre. Mi memoria me tiene prisionero en conversaciones que nunca tuvimos, en caricias que nunca me diste, en una cama que nunca compartimos pero que mi imaginación puebla con tu respiración.
Cada vez que cierro los ojos, ahí estás... como si hubieras decidido quedarte a vivir entre mis pestañas, como si mi oscuridad fuera tu hogar perfecto. ¿Cómo olvido a alguien con quien nunca viví nada, pero con quien sueño todo? ¿Cómo se borra lo que nunca se escribió pero que mi alma lee como si fuera su libro favorito?
Porque si no te olvido, si me paso el resto de mi vida buscándote en esquinas donde nunca estuviste, persiguiendo tu sombra hasta que mis pies se cansen de caminar hacia ninguna parte, voy a convertirme en alguien que ama fantasmas. Y no quiero eso. No quiero vivir alimentándome de recuerdos que nunca ocurrieron.
Por eso hoy decido matar... matar la idea de ti. No envenenar tu recuerdo con odio, no. Quiero matarte con ternura, como quien acaricia una cicatriz por última vez antes de dejarla ir. Quiero enterrar la idea de ti con flores, susurrándote una canción de cuna mientras te dejo partir hacia el país del nunca más.
Pero incluso mientras escribo tu funeral, incluso mientras preparo estas palabras como si fueran tu epitafio, sé que mañana volverás. Que mi cabeza te resucitará en el café, en una canción que no tiene nada que ver contigo pero que me recuerda tu voz, en el gesto de un rostro desconocido que se acomoda el cabello como tú nunca lo hiciste.
Y tal vez ahí esté la verdad que no quería ver, la que me duele reconocer: que no te olvido porque no quiero olvidarte del todo. Que este dolor se ha vuelto mi última manera de tenerte. Que mientras duela, sigues siendo parte de mí, aunque sea solo en la geografía imposible de lo que nunca fue pero que mi corazón insiste en habitar.
Tal vez amar lo imposible solo sea aprender a morir un poco cada día, sabiendo que cada muerte es también una forma de resurrección, una manera de mantener tu recuerdo vivo en el único lugar donde realmente exististe... en estas ganas de quererte.