Hoy despierto… y te imagino.
Te imagino con el cabello alborotado por el viento,
una risa que detiene mi mundo,
ojos que no huyen, que se quedan.

Te imagino leyendo
mientras la lluvia golpea la ventana como tambor,
poniendo canciones tristes
para bailar contigo misma,
cocinando platos que no sé pronunciar,
escribiendo frases en servilletas
como si fueran oraciones mágicas.

Te imagino amando las pequeñas cosas:
el olor del café recién hecho,
las canciones que suenan a primavera,
los trenes que llegan a tiempo,
los silencios que no incomodan.

Te imagino desayunando conmigo,
dejando siempre un poquito para el final
porque “lo mejor se guarda para el cierre”.
Riéndote con la boca llena,
avergonzándote,
y yo… enamorándome de tu timidez.

Te imagino hablando de tus sueños locos
como si fueran totalmente posibles,
vestida sin reglas,
cambiando de peinado según el día,
amando el mar desde la orilla…
temiendo nadar.

Te imagino abrazándome
como si supieras que lo necesitaba
antes de que pudiera decirlo.
Cuidándome sin permiso,
entendiéndome sin explicación.

Te imagino perfecta en tus imperfecciones.
Extraña.
Intensa.
Terca...
Única.
Rara, en el mejor sentido.
Como si fueras el resultado
de todo lo que alguna vez soñé.

Y a veces… me sorprendo buscándote en las calles,
esperando encontrarte doblando una esquina,
o sentada en una banca,
leyendo ese libro que ambos amamos.

Pero no estás.
Nunca has estado.
Abro los ojos sabiendo que no existes.
Que te inventé en mis sueños.
Que el único lugar donde vives…
es en mi mente.

Donde eres perfecta.
Donde me amas de vuelta.
Donde estar contigo es posible cada mañana.

Y aún sabiéndolo despierto y,
como cada día,
te construyo... te construyo,
y vuelvo a imaginarte...