Entre Prejuicios y Límites…
Si algo he aprendido sobre la vida, es que pasa demasiado rápido. Un día sueñas con crecer, y al abrir los ojos ya no eres el niño que jugaba a las escondidas. En ese momento, cuando ya no queda rastro de la infancia, aparecen los "si hubiese", los "debí" y los "pude haber sido".
Conozco a muchos, incluyéndome, que cargan al menos una de esas frases en su espalda. Otros las llevan en el alma, a plena vista. Desconozco las razones de sus historias, pero conozco las mías: prejuicios y límites.
Prejuicios heredados que, como una mutación genética, se aferran a nuestro ser, dictando lo que creemos que debemos ser. Prejuicios que a menudo son el mayor obstáculo para nuestro crecimiento, el sabotaje silencioso del progreso humano.
A esto se suman los límites. Esos que crecieron conmigo cuando, una y otra vez, escuché "no puedes". Lo escuché tantas veces que lo creí. Reduje mis posibilidades y me instalé en esa isla finita donde los sueños mueren, el arte se extingue, la poesía se desvanece, y el miedo a hacer nos paraliza.
Como decía Picasso, "todos nacemos artistas", pero luego nos enseñan a olvidar. No culpo a la enseñanza, pero sí a los prejuicios que heredan quienes nos enseñan, y al entorno que nos envuelve.
Lo bueno es que, mientras respiramos, aún tenemos la opción de elegir. Podemos ser todo lo que queramos. Aún hay espacio para crear, para ser. Porque aunque a veces creemos que no podemos, hay quienes se enfrentan a los límites, y crean el mundo que soñaron. Un mundo donde ser es más importante que aparentar, y donde el ruido de los demás no es más que un eco distante.
Así que, a esa vida que corre tan rápido, prefiero restarle lamentos. Prefiero cargar con los sueños que tuve cuando soñaba con crecer, y con ellos, derribar los límites y los prejuicios que una vez me impusieron.