Finales

Finales

Hay algo profundamente humano en mirar hacia atrás, recoger los pedazos de lo que fue, y preguntarnos cómo encajan en nuevas formas. Las pérdidas, los logros, las despedidas y los encuentros son solo trazos en el lienzo de nuestras vidas. Aunque duelan, cada uno de esos trazos tiene su propósito. Y aunque a veces no tengamos ni idea de qué estamos haciendo, lo cierto es que la vida nos enseña, en su forma peculiar, que los errores no son más que una forma de aprender, como una pintura incompleta que solo cobra sentido cuando vemos todo el cuadro.

He llegado a entender que los finales hablan un idioma propio, una mezcla de nostalgia y expectativa, como un susurro que acaricia el alma con promesas de lo que vendrá. Aunque sean duros, los finales tienen la extraña capacidad de liberarnos. Nos invitan a reconstruir, a reinventarnos, a empezar de nuevo, a creer.

Cada final es un umbral, un espacio suspendido entre lo que conocemos y lo desconocido. Es ese instante cuando el sol se oculta y, aunque la oscuridad parezca llenar el horizonte, sabemos que detrás de ella hay una nueva luz esperando. En ese espacio, donde todo parece detenerse, reside la magia: la esperanza que, con toda terquedad, se niega a desaparecer. Es como un latido persistente, suave pero firme, que nos recuerda que siempre hay algo más por descubrir, algo o alguien que aún no hemos encontrado, y que quizá está esperando por nosotros también.

Y cuando el camino se oscurece, cuando sentimos que algo se nos escapa de las manos, es fácil pensar que hemos llegado a un punto final. Pero el universo tiene una forma curiosa de sorprendernos. A veces, las puertas que se cierran no son barreras, sino desvíos hacia lugares que nunca imaginamos, pero que al final terminan siendo exactamente lo que necesitamos.

Así que, mientras avanzamos, no olvidemos el valor de soltar lo que ya cumplió su propósito. No se trata solo de dejar ir, sino de creer con la misma intensidad en lo que aún no hemos visto. Porque la vida, con todas sus vueltas y giros, es un constante ir y venir, una historia única e irrepetible que se escribe con cada paso. Y lo que aprendemos en el camino, con gratitud, es lo que finalmente nos da la fuerza para seguir adelante.