La Carta...
Un día cualquiera, después de unos meses de extrañarle, por un asunto de nervios las horas no pasaban. En la mesa estaba tendido el sobre que ella miraba. En sus ojos se reflejaba que él era el remitente. Había llegado en la mañana y aunque no le faltaron ganas, abrirlo le era imposible. Después de mordisquear la uña de su pulgar, con el mismo, raspó el borde, sacó la carta y leyó.
Decía: Hola, aquí estoy. Quisiera decir que no, pero sí. Estoy a punto de escribir y explicarte que yo, aunque soy de los que con facilidad olvida, a ti, te recordaré. Te veré en la noche cuando cierre mis ojos, y en el día detrás de las sonrisas y de la insistente prisa en la que se encuentran todos.
Serás como el alivio que llegó cuando más lo necesitaba. En silencio, de repente, sin decirme nada. Es que no fue necesario que hablaras, pues solo con tu mirada me hiciste olvidar los pesares de la vida. Rompiste mi rutina con tu delicado trato.
Recordaré la alegría que encontré en tu juventud, al descubrir tu historia, sentados lado a lado. Con tu sonrisa doblada me atabas a tu presente y yo sin detenerme te extrañé teniéndote cerca. Nunca pensé que me harías falta, pues yo no soy de los que suelen extrañar. Sé que tampoco pensabas en dejar vacíos cuando te marchabas.
No olvidaré las chispas al sentir tu abrazo y el fuego que brotaba en mis pensamientos y, aunque brotaba para mis adentros, pude apreciar que tú también lo sentías. Recordaré que te veía entre la multitud y te buscaba entre todos para abrazar tu cintura aunque sea por un momento. Así hacer que nuestro cuento termine de la misma forma cada día. Más tarde entendería que a ti también te pasaba lo mismo.
Sellábamos el abismo que por minutos nos separaba. Ahí estabas, esperando que yo llegara a darte mi temeroso saludo aunque a veces no aguantabas y te lanzabas al vacío. Me decías, estás perdido, y yo sin ser presumido contestaba: hay que perderse.
Y cómo no recordar nuestra historia en el parque, donde te vi rodeada de caras conocidas, pero entre todos ponías la vista en el lugar que yo ocupaba. Yo en mi papel de guía y tú de alumna obediente. Jugabas con tu cara como invitándome a mirarte y a través de tus anteojos tus pupilas te delataban. Me acerqué y tú sonrojada te olvidaste del mundo, y los puntos en nuestro juego a ti no te importaban, pues el premio que buscabas estaba frente a tus ojos. Te rendiste, me rendí. Y aunque al final descubrí que una cadena te ataba, te llamé y allí estabas, sin palabras, dispuesta. Dejaste abierta la puerta para crear una historia.
Entonces llega el momento en el que nos encontramos, sin ruido, sin prisa y con permiso de mirarnos. Fue larga nuestra risa y nuestra conversación. La luz de la mañana nos lo dejó saber. El placer de hablarte fue tan bueno como ayer, como cuando te abrazaba solo por abrazarte.
Recordaré el momento en el que te marchabas. Te acercaste al ver en mi cara la humedad de mis ojos. Yo no quería que terminaran nuestros días de ocio. Así que te apresuraste a sacar tu estetoscopio y lo pusiste en mis oídos, y en tu pecho. Me preguntaste: ¿Sientes eso? Es mi corazón. Mira qué rápido late cuando estás cerca. Recuerda que aunque esté lejos siempre estarás aquí. De la misma forma sentiste mis latidos. Percibiste que ambos trotaban al unísono, y sonreímos. Así partimos, mientras las agujas del reloj se juntaban en la noche.
Recordaré las letras que me diste en un papel mostrando tu confusión, tu sorpresa, tu alegría, sin saber que nuestra historia ahí no iba a terminar. Todo volvió a empezar. Emergiste en mi espacio como estrella que no apaga.
Comenzaste a abrir tu puerta en las horas más inciertas, sin preguntar de dónde vengo y con tus brazos bien abiertos. Diciéndome: bienvenido, tu hogar es aquí, donde estoy. Aquí perteneces. Yo te hablaba y te cantaba para regalarte risas. Aprovechaba tu insomnio y tus ganas de escucharme. Por eso voy a recordar tu caluroso cielo, y la luz, y el espejo que nos miraba a los dos.
Estarás, en mi mente, disfrutando por las noches de tu postre favorito. Sin miedo a ganar peso, leyéndome en tu lista, junto a libros y películas acompañando tu ilusión. Recordaré, las cosquillas, el olor de tus mascarillas. Tu creatividad, tu mirada y el rollo en que me envolvías.
Recordaré tus latidos y tus risas sin parar. Tu terrible habilidad para bailar y tu alegría por mis burlas y mis gestos. Recordaré mis mayores ratos de libertad a tu lado, donde, sin fingir, pudimos ser y eso era todo lo que necesitábamos. Recordaré nuestra historia, tan extraña, tan de cine…
Aunque hoy yo transite por los confines de la tierra. Aunque me encuentre rodando por el sur o por el este, recordaré la novela que empezó sin ser planeada. Recordaré mi llegada a tu lugar, como siempre; el chispazo alborotado y las miradas discretas que crearon una historia en un cuarto de lleno de gente.
Posdata: hasta pronto.
Al terminar de leer, una lágrima de nostalgia cayó sobre el escrito. Cada una de las líneas le hizo recordar su recorrido por el camino que los unió. Se sumergió por completo en el mundo de momentos vividos que le pintaba la carta. La puerta sonó. Su sonido le hizo regresar a la realidad. Abrió, y frente a sus ojos estaba él con la sonrisa lado a lado y un brillo en sus ojos acentuado por la luz del sol. Miró en su mano el papel doblado y le dijo: pensé que no la ibas a leer.
Ella no habló. Se lanzó a él abrazando su cuerpo como para no soltarlo jamás. Le recibió en su espacio como siempre. Se puso de puntitas para alcanzar su rostro, besó su mejilla, puso la cabeza en su pecho y susurró: llegaste. Él, la abrazó de vuelta y preguntó: ¿Todavía pertenezco a este lugar? Ella, lo miró con los ojos cargados de cariño y sin tener más nada que explicar solo dijo: Todavía.