Llegó el día...
Ven, siéntate, quiero hablar contigo. Sé que somos amigos, eso, porque así lo quieres. Y para que enteres, no quiero perder el tiempo. Sólo soy un pedazo de barro que suspira por ti. No te sorprendas, prefiero perderte por siempre a no poder dar rienda suelta a lo que existe en mí, en mi pecho. A lo que te he dicho con hechos por todos estos años y a lo que mis palabras callan, pero que mi silencio grita.
Y es que mi corazón palpita y da saltos cuando apareces. Sé que no te has dado cuenta, aunque a veces, lo dudo; porque no he sido valiente, pero he estado a tu lado cargando con tu equipaje como un testigo silente. Con un amor transparente que no duda en socorrerte cuando la vida te hiere, y cuando otras manos quieren arañar tus emociones.
Que disfruta tus abrazos y tus muestras de alegría. Que escucha tu agonía al hablar de otras miradas y de unos pies distantes que a otro ser le pertenecen. Me cansé de hacerme el fuerte o el débil, en todo caso. De tenerte en mi regazo cuando anhelas otros brazos, cuando el ritmo de tu pecho no recuerda mi existencia, ni mis risas, ni las letras que te escribieron mis dedos.
¿Para qué tener cuidado si en él no tengo consuelo? De tus labios quiero un sí y un igualmente te quiero. Un estuve esperando el día que me lo dijeras todo y un jamás estaremos solos, entre los dos, ya no hay abismo. Aunque no sería lo mismo, si quieres seguir corriendo detrás de otras pisadas, dame un “no” que haga esfumar los sueños de ver tu cara despertando las mañanas que acompañarán mis días.
Empaqué la valentía. Aunque mis rodillas tiemblan, digas sí o digas no, amor mío llegó el día. Y es que si mi boca calla mis entrañas hablarían; y dirían lo anterior más todo lo que hay mi pecho, si es que pierdo el miedo absurdo de no tener tu amistad. Por el momento, quizás, seguiré siendo tus ojos, mientras imagino a diario cómo te lo digo todo.