Todavía
Vas a perder.
Perderás versiones de ti que juraste proteger y despertarás envuelto en días en los que tu inventario de sonrisas parezca agotado. No porque hayas fallado. La vida no se rompe de golpe. Se va gastando. Ausencias que se vuelven costumbre. Silencios que pesan más de un lado que del otro. Eso no es derrota. Es estar vivo.
El camino nunca prometió ser fácil. Prometió ser camino.
Un lugar donde poner un pie delante del otro aunque el mapa ya no sirva y la brújula apunte a ningún lado claro. A veces se avanza no por valentía, sino por inercia. Por costumbre. Y eso también sostiene. No necesitas conquistar nada ni entenderlo todo; basta con seguir andando cuando la voz que te guiaba ya solo vive en tu memoria. Preparar café. Abrir la ventana. Respirar. A veces, eso es suficiente.
Y aun así, el mundo sigue iluminado.
El cielo se pinta de colores cuando le place y ofrece su espectáculo sin pedir atención. Encuentras rastros de esperanza en una conversación que llega a tiempo. En un abrazo. En el olor a lluvia. En una risa que se escapa sin permiso. La belleza no desaparece cuando algo se rompe; cambia de lugar. Todavía hay cosas que sorprenden si te tomas el tiempo justo para mirarlas.
Al final, cuando baja el ruido de los momentos difíciles, algo queda.
No intacto, no perfecto, pero presente. Quedan ganas. Queda afecto. Una razón para creer, para esperar. Una manera de amar, aunque sea distinta. Y mientras eso exista, aunque sea en fragmentos, todavía no es el final.
Todavía.