Una Invitación Cualquiera...
No me canso de mirarte. Ha pasado el tiempo y mis ojos, igual que siempre, se deleitan contigo. Me alegra estar a tu lado, y nunca olvido el día en que mis manos tocaron por primera vez las tuyas, y de tu voz salió el “hola” que lo encendió todo. No pude evitar sonreír y decirle al yo que habita en mis adentros: ¡qué hermosa es!
Te dije: "¿Vamos?" Y tú dijiste sí. No preguntaste adónde ni hubo juegos intermedios; cuando quisimos ser, simplemente fuimos... y nos fundimos en el café que nos escuchaba, y nos veía reír mientras me contabas de tus viajes y de las aventuras que mostraban la pasión que hoy conozco de ti.
Sí, de inmediato me hice prisionero de la libertad que encontré a tu lado y disfruté cada detalle que te adornaba. Mis ojos me delataban y tú no dudabas en apreciarlo. Me mirabas, y nos mirábamos.
Hoy, esas miradas son más fuertes y nuestras risas más altas, y en el espacio que nos rodea solo cabemos los dos. Porque, ¿qué más necesito… si ya te tengo a ti?
Te quiero aquí siempre conmigo, entre mis brazos, huyendo del frío que hace afuera, con el café que acompaña nuestras manos y habla de nuestro primer encuentro, y cuyo aroma usamos como pretexto para ver la lluvia caer. Calentamos nuestros pies con algodón tan suave como tu piel, y este sofá blanco que nos recibe, y el manto que nos cubre, y la ventana que nos ve. Jamás te soltaré.
Pienso en cómo te extraño cuando no estás cerca y no dejo de recordar el día en el que, con mi piano, recitaba tu canción favorita, mientras tu pelo bailaba contigo y te mostrabas tan feliz como siempre quiero verte. Te extraño ahora que estás, porque sé que te vas y yo quiero que te quedes.
Es más, no te dejo ir, pues no quiero ni pensar en mi existencia sin ti. Para mí, mirar al futuro es perderme en él, contigo, y caminar a tu lado es mucho más de lo que pedí. Quiero ser ese beso que comienza y no termina. Así que, mírame. No trato de llenarte de palabras bonitas; solo te hago una invitación cualquiera: cásate conmigo, amor.