Si tan solo…

Si tan solo…

Por meses la vi en el gimnasio. Sus audífonos puestos, su vestimenta combinada y una actitud de disfrutar la rutina de ejercicios que le tocaba en ese día. Era bella, me decía al mirarla y mis rodillas temblaban cada vez que le tenía cerca. Tenía un semblante calmado y una risa doblada que iluminaba, por momentos, el salón.

Si tan solo pudiera hablarle… si tan solo me atreviera, pensaba, pero no pasaba de pensar ni de imaginar al menos una conversación con ella. Siempre fui ese tipo poco arriesgado en esas cosas, la valentía no era precisamente la cualidad que me definía.

La veía y me limitaba a pensarla un rato, eso, en lo que yo me hacía invisible ante sus ojos. Yo, igual, dejaba que los audífonos se coloquen en mis oídos para distraerme un poco de su presencia y poder dedicarme a lo que iba antes de que ella se atravesara en el camino.

Dibujaba la coartada en mi cabeza cada día, pero por más peso que levantara en mis rutinas, con ella mis fuerzas eran limitadas.

Por un descuido del destino, ese día, alguien dejó 4 pesas de 45 libras en una barra que ella iba a utilizar. Vi que ella las movía con dificultad, así que puse un poco de valor en mi arsenal y, como queriendo convertirme en su héroe, fui a su rescate. Caminé hacia ella y dije:

¿Necesitas ayuda?

Ella: Sí, gracias. No sé por qué algunas personas no ponen las pesas de vuelta en su lugar.

Yo: Yo tampoco. – No perdí tiempo y pregunté – ¿De dónde eres, no pareces de estos lados?

Ella: Soy de Argentina.

Yo: ¡Qué bien! ¡Me encantan las Cataratas de Iguazú! – Y tú también, pensaba, pero me limité a sonreír –. Tengo un amigo que vivió allá por años y le fui a visitar.

Ella: Bien, me dijo, – mientras me pasmaba con sus ojos – ¿Qué tal tú? ¿De dónde eres? – inquirió

Yo: Originalmente de Turquía… un hermoso lugar y bueno, tenemos el mejor café – reí –…

Ella: Eso he escuchado…

Hablamos por unos 10 minutos más sobre nosotros, sobre cómo nos ganamos la vida y esas cosas. La conversación casual fue fluyendo suavemente y de manera natural, parecía como que nos caíamos bien.

Intercambiamos números, y sintiéndome como que había conquistado al mundo la invité a bailar esa misma noche…

15 años han pasado desde ese momento.

Mientras escribo, esa chica está en la cocina preparando un café de Turquía para los dos y nuestras hijas preguntan cuándo volveremos a visitar las Cataratas de Iguazú.

Y pensar que todo comenzó con unas pesas de 45 libras y una conversación que venció el miedo absurdo de hablarle por un constante “si tan solo pudiera” en mi cabeza. Lo cierto es que, si tan solo pudiera, volvería a armarme de valor… volvería a repetir nuestro encuentro.